He tenido la suerte de volver a la Casa Cuna de Nador a finales de marzo. Ha sido mi segunda experiencia y ya que la primera fue desastrosa y que toda la culpa fue mía por descuidarme, en este viaje preparé bloc, bolis, cámara, medicinas varias, información diversa sobre los niños, las personas, la institución, el país...
Me sirvió de poco ya que empecé olvidándo el pasaporte, el dinero, la maleta pequeña, parte de mi orgullo que permaneció con esa maleta y que por suerte o por desgracia, que nunca se sabe, también dejé al otro lado de frontera. Este cruce suposo una entrada a un país diferente en el que los españoles que, desde hace años somos europeos, tenemos bastantes ventajas respecto a los marroquíes, como no hacer largas y hacinadas colas en las que nos hacen sentirnos culpables de cualquier cosa que suceda a nuestro alrededor. Nos acompañó Mohamed, nuestro cuidador, nuestro amigo y guía marroquí.
Llegamos a la Casa Cuna, saludamos, aguanté las lágrimas, aún no tocaban. Me pareció que los niños mayores no se acordaban de mí y pensé que era normal, no me veían desde hacía un año. Todo seguía tan caótico y maravilloso como el año anterior, los bebés eran otros y sabía que aprender sus nombres no sería empresa fácil, aún así me empeñé, les puse mis nombres que en los días sucesivos se irían pareciendo poco a poco a los de verdad... por ejemplo de Jonás a Jacob. En pocos minutos sentí que el tiempo no había transcurrido, como si ese niño al que daba el biberón fuera el que dejé el año anterior con el corazón roto. Toda una reparación.
Llegamos a la Casa Cuna, saludamos, aguanté las lágrimas, aún no tocaban. Me pareció que los niños mayores no se acordaban de mí y pensé que era normal, no me veían desde hacía un año. Todo seguía tan caótico y maravilloso como el año anterior, los bebés eran otros y sabía que aprender sus nombres no sería empresa fácil, aún así me empeñé, les puse mis nombres que en los días sucesivos se irían pareciendo poco a poco a los de verdad... por ejemplo de Jonás a Jacob. En pocos minutos sentí que el tiempo no había transcurrido, como si ese niño al que daba el biberón fuera el que dejé el año anterior con el corazón roto. Toda una reparación.
Mi querida Elvira me acompañó, me dejó mirarme en ella, me dió fuerzas para seguir peleando por todo lo que represente mejorar el mundo y las personas que lo habitan.
Más tarde llegaron Olga y Norma que no conocían de nuestra existencia, ni nosotras de la suya. Me parecieron bragadas y tiernas, cercanas y sencillas. Así fue como empezó nuestra enriquecedora experiencia en la que todo fue dar y recibir. Un gran equipo que se ajustó de forma ágil y rápida.
Casi todos mis buenos propósitos se fueron diluyendo entre pañales, biberones, baños, juegos, canciones en castellano, y cuando el tiempo lo permitía, algún pensamiento sobre la forma de vivir la religión, nuestras diferencias, nuestras similitudes, la solidaridad entre mujeres que ya es una lengua común, la rabia que me despiertan algunos hombres a los que no quiero entender, el apego en el que me quedo cuando recibo afecto...
Habiba, que es la mayor de la Casa, se convirtió en nuestra mamá Habiba. Olga necesitaba una mamá, y el equipo se enganchó rápido. Ella se comunica a través de su cara, con sus ojos, con sus cientos de arrugas, con sus pies arrastrados... Su pañuelo siempre puesto al igual que su pobreza y su dignidad.
Todos los días son parecidos en esta Casa pero ningún día es como el anterior ni como el posterior. El lunes se llevaron a Mohamed el pequeñito, sus padres parecían pobres, no llevaban ropa, ni coche, ni nada, solo una gran sonrisa y mucha emoción. Lo lavamos, lo vestimos y lo abrigamos con una mantita con el deseo de que sea muy feliz que tenga un gran futuro que no sea como esos que ahora me sacan esa rabia mordaz. Mejor que fuese lunes, no martes o viernes. Me entraron ganas de llorar, no lloré. Me dije que va a estar bien con su familia. El día anterior había llegado desde Alemania un cargamento de medicinas y material quirúrgico. Nos inundaron el espacio libre, el espacio del juego. Era valioso, no importaba. Los siguientes días supusieron un arduo trabajo de clasificación, reclasificación y dación. Yo no entendía, sólo sabía que en la Casa Cuna, en Nador, en Marruecos, todo es necesario, todo es reciclable, nada se tira.
Durante la mañana la casa era un remanso de paz, disfrutábamos de los bebes al estar los mayores en el colegio, el trabajo se convertía en un verdadero lujo. A la tarde había que usar el ingenio para mantener a raya la actividad de los mayores, jugábamos a juegos tradicionales como hacer un tren con sillas y mantas, meternos dentro de un cordel que hacía las veces de un coche. Esos juegos que recuerdo de mi infancia cuando no disponíamos de juguetes de diseño ni de medios para comprar lo poco que había en el mercado.
Cuando llegábamos al piso nos poníamos en marcha sin necesidad de que nadie dijera nada, sólo se había comprado lo que se iba a cocinar y una de nosotras dirigía; el resto ayudaba. Hablábamos hasta muy tarde de nuestras vidas anteriores percibiéndonos día a día como sobrevivientes de una época, una cultura, un contexto socio-cultural.
A veces, al darles el biberón me pregunto si nuestras caricias y besos serán para ellos un recuerdo, qué futuro tendrán, cómo serán de adolescentes y de adultos. ¿Se volverán machistas y radicales o serán tiernos y colaboradores con las mujeres que son el futuro de este país?
Tengo la certeza de que nuestra presencia, nuestros arrullos y caricias podrán reparar, en parte, la angustia del abandono.
La despedida se acercaba y se hacía necesario hablar. Elvira decía que le daría mucha pena volver porque ya no estarían los bebés que ahora cuidamos. A mí no me importa, sé que habrá otros bebés que me sacarán la misma ternura que me han sacado estos.
Cuando tocó decir adiós me resistí a llorar con todas mis fuerzas. Mientras veía a Olga, a Elvira y a Norma que se incorporó la última, me decía que iba a volver pronto, que no quería despedirme. Finalmente me alegré de llorar porque eso me hizo compartir con ellas, agradecerles, reconocerlas. Todas mujeres, nosotras y ellas. Todas supervivientes de un mundo, este y aquel, que nos lo ha puesto siempre dificil.
Destacaría la gratitud que siento por haber sido aceptada, respetada y querida tal como soy.